sábado, 3 de octubre de 2009

El Cuento De Los Atajos

Una pareja de recién casados era muy pobre y vivía de los favores de un pueblito del interior. Un día el marido le hizo la siguiente propuesta a su esposa: “Querida, voy a salir de la casa, voy a viajar bien lejos, buscar un empleo y trabajar hasta tener condiciones para regresar y darte una vida mas cómoda y digna. No sé cuanto tiempo voy a estar lejos, solo te pido una cosa, que me esperes y mientras yo este lejos, seas fiel a mi, pues yo te seré fiel a ti”.
Así, el joven aun, camino muchos días a pie, hasta encontrar un hacendado que estaba necesitando de alguien que lo ayudara. El joven se ofreció para trabajar y fue aceptado. Luego pidió hacer un trato con su patrón, lo cual fue aceptado tambien. El pacto era el siguiente: “Déjeme trabajar por el tiempo que yo quiera y cuando encuentre que debo irme, el señor me libera de mis obligaciones. Yo no quiero recibir mi salario. Le pido al señor que lo coloque en una cuanta de ahorro hasta el día que me vaya, entonces usted me dará el dinero que yo haya ganado”.
Una vez puestos de acuerdo, aquel joven trabajo durante veinte años, sin vacaciones y sin descanso. Pasado ese tiempo se acercó a su patrón y le dijo: “Patrón, quiero mi dinero, pues quiero regresar a mi casa”. El patrón le respondió: “Muy bien, hicimos un pacto y voy a cumplirlo, solo que antes quiero hacerte una propuesta, ¿está bien? Yo te doy tu dinero y te vas, o te doy tres consejos y no te doy el dinero y te vas. Si yo te doy el dinero, no te doy los consejos y viceversa. Vete a tu cuarto, piénsalo y después me das la respuesta”.
Él pensó durante dos días, finalmente, busco al patrón y le dijo: “Quiero los tres consejos”. El patrón le recordó: “Si te doy los consejos, no te doy el dinero”. Y el empleado respondió: “Quiero los consejos”.
El patrón entonces le dijo:
Nunca tomes atajos en tu vida. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida.
Nunca tengas curiosidad por aquello que represente el mal, pues esa curiosidad por el mal puede resultar fatal.
Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor, pues puedes arrepentirte demasiado tarde.
Después de darle los consejos, el patrón le dijo al joven, que ya no era tan joven: “Aquí tienes tres panes para comer con tu esposa cuando llegue a tu casa”.
El hombre emprendió su camino de regreso, luego de veinte años lejos de su casa y de su esposa que tanto amaba. Después del primer día de viaje, encontró una persona que lo saludó y le preguntó: “¿para donde vas?” Él le respondió: “Voy para un camino muy distante que queda a más de veinte días de caminata por esta carretera”. La persona le dijo entonces: “Joven, este camino es muy largo, yo conozco un atajo con el cual llegaras en pocos días”. El joven contento, comenzó a caminar por el sendero señalado, cuando se acordó del primer consejo: “Nunca tomes atajos en tu vida. Caminos más cortos y desconocidos te pueden costar la vida.” Entonces abandono aquel atajo y volvió a seguir por el camino normal. Dos días después se enteró de que otro viajero que había tomado el atajo había sido asaltado, golpeado, y le habían robado toda su ropa. Ese camino llevaba a una emboscada.
Después de algunos días de viaje, y cansado al extremo, encontró una pensión a la vera de la carretera. Era muy tarde en la noche y parecía que todos dormían, pero una mujer sombría le abrió la puerta y lo atendió. Como estaba tan cansado, le pago la tarifa del día sin preguntar nada, y después de tomar un baño se acostó a dormir. De madrugada se levanto asustado al escuchar un grito aterrador. Se puso de pie de un salto y se dirigió a la puerta decidió a averiguar qué pasaba. Pero en el momento en que abría la puerta, se acordó del segundo consejo: “Nunca tengas curiosidad por aquello que represente el mal, pues esa curiosidad por el mal puede resultar fatal.” Entonces volvió sobre sus pasos y se acostó a dormir. Al amanecer, después de tomar café, el dueño de la posada le preguntó si no había escuchado un grito y él le contestó que sí. El dueño de la posada le preguntó: “¿Y no sintió curiosidad?” Él le contesto que no. A lo que el dueño le respondió: “Usted ha tenido suerte en salir vivo de aquí, pues en las noches nos acecha una mujer maleante con crisis de locura, que grita horriblemente y cuando el huésped sale a enterarse de qué esta pasando, lo mata, lo entierra en el quintal, y luego se esfuma”.
El hombre siguió su larga jornada, ansioso por llegar a su casa. Después de muchos días y noches de caminata, ya al atardecer, vio entre los árboles humo saliendo de la chimenea de su pequeña casa, camino entre los arbustos la silueta de su esposa. Estaba anocheciendo, pero alcanzo a ver a que ella no estaba sola. Anduvo un poco más y vio que ella tenía sobre sus piernas a un hombre al que estaba acariciando los cabellos. Al ver aquella escena, su corazón se lleno de odio y amargura y decidió correr al encuentro de los dos y matarlos sin piedad. Respiró profundo, apresuró sus pasos, y de pronto recordó el tercer consejo: “Nunca tomes decisiones en momentos de odio y dolor, pues puedes arrepentirte demasiado tarde.” Entonces se detuvo, reflexionó y se dio cuenta que era mejor dormir primero y tomar una decisión al día siguiente. Al amanecer ya con la cabeza fría, se dijo: “No voy a matar a mi esposa. Voy a volver con mi patrón y a pedirle que me acepte de vuelta. Solo que antes, quiero decirle a mi esposa que le fui fiel”. Se dirigió a la puerta de la casa y tocó. Cuando la esposa le abrió la puerta y lo reconoció, se colgó de su cuello y lo abrazo afectuosamente. Él trato de quitársela de encima, pero no lo consiguió. Entonces con lágrimas en los ojos le dijo: “Yo te fui fiel y tu me traicionaste…”. Ella espantada le respondió: “¿Cómo? Yo nunca te traicioné, te espere durante veinte años”. Él entonces le preguntó: “¿Y quién era ese hombre que acariciabas ayer por la tarde?”. Y ella le contestó: “Aquel hombre es nuestro hijo. Cuando te fuiste, descubrí que estaba embarazada. Hoy él tiene veinte años de edad”. Entonces el marido entró, conoció a su hijo, lo abrazo y les contó toda su historia, mientras su esposa preparaba la comida. Se sentaron a comer y el esposo compartió con ellos el último pan. Después de la oración de agradecimiento, con lagrimas de emoción él partió el pan y, al abrirlo, se encontró con todo su dinero, con el pago de sus veinte años de dedicación.

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